

En 1976, bajo la cabecera de Los Tebeos del Rollo, Iniciativas Editoriales lanzó tres números de esta corta pero intensa colección, en una especie de adelanto de lo que sería la revista El Víbora. El primer Tebeo del Rollo, titulado Carajillo Vacilón, salió a la calle en noviembre de 1976. Tras el éxito alcanzado por los dibujantes madrileños de la “Cascorro Factory” con Carajillo, Ceesepe decidió retomar este viejo proyecto para liderar una revista de aires frescos y rockeros.
En los últimos años del franquismo, frente a la mayor tradición editora de Barcelona, Madrid emergía como nuevo centro de la prensa marginal española de la mano de un grupo de artistas que intentaban publicar sus primeros comix. Entre todos ellos sobresalía Ceesepe, quien, tras publicar las primeras aventuras de Slober en las páginas de Star en 1975, autoeditó en solitario dos fanzines de distribución marginal, titulados El Capuyo Verbenero y Clavelito Ceesepudo, y participó con la gente de El Rrollo en el álbum Purita, editado por Madragora.
Las viñetas cambian de escenario continuamente para mostrar al ácrata protagonista de la historia cometiendo sus violentas acciones, que van del canibalismo, al sadismo, pasando por la sodomía.
Algunos jóvenes comenzaban a dibujar sus propios cómics underground, muy diferentes a los tradicionales cuadernillos de aventuras de El Capitán Trueno y El Guerrero del Antifaz y los tebeos de humor de la Escuela Bruguera. Gracias a la relativa libertad de expresión que ofrecía, la contracultura encontró en el cómic un seductor medio de expresión, convirtiéndose en una nueva forma de protesta y reivindicación social.
Sus autores utilizaban estas imágenes como armas contra el sistema y la sociedad que deseaban cambiar. Con unos dibujos de aspecto sucio y recargado, gran ingenio y un humor ácido y reflexivo, entre la sátira y la ironía, estos autores se convirtieron en testigos irrespetuosos que plasmaban las cosas que veían en su entorno. Recurrieron a los tópicos del underground, formados por el triángulo temático del sexo, la violencia y las drogas, que encontró otro vértice en la música rock, todo ello mezclado con una gran variedad de vivencias y frustraciones personales. Armados con lápiz y papel, se “atrevieron” a criticar los valores tradicionales y los tabúes más sagrados de la sociedad española, como la patria, la religión, la familia, el sexo y el ejército.

El cómic de la Movida resultaba muy provocador
Para su portada, Santana realizó una grotesca ilustración protagonizada por un extraño personaje, físicamente poco agraciado, absorto en sus blancos pensamientos frente a una taza que posiblemente contiene el típico carajillo, rodeado de otros pequeños seres y demonios caricaturescos que aparecen en las actitudes más prosaicas.
Entre las historias de su interior destacaban “Cuentos de Linfongot”, la primera obra lisérgica que dibujó Morera El Hortelano “después de probar las ‘juanolas’ de Timoteo Leary”. El Hortelano había entablado amistad en el Rastro con Ceesepe, a quien había conocido en su puesto preguntando por La Piraña Divina, y juntos alquilaron un estudio para trabajar en el centro de Madrid. En esta obra los textos del narrador aparecen en la parte inferior de cada página, separados de los dibujos que ilustran la historia. A modo de cuento infantil, unos extraños monigotes que viven en un mundo de ensueño hablan de un viaje a Linfongot, la tierra prometida, donde todo es perfecto, “las legañas son de leche y los mocos de rubíes”, los niños pasean “a la sombra de los paramecios” y van de excursión con sus “triángulos equiláteros de televisores” y los creativos numéricos disfrutan de “su dulce aventura lisérgica”. Mensajes poéticos que recuerdan la letra de alguna emblemática canción de la Movida.


Con un dibujo surrealista de estilo caricaturesco, El Hortelano, que aparece autorretratado en la última página con una enorme plumilla en la mano, parece querer exorcizar algunos recuerdos de su época como estudiante con estos mundos de papel idealizados.
Junto a otros autores del cómic underground español, en sus páginas, el prolífico Ceesepe continuaba descubriendo sus mundos lisérgicos, desbordantes de surrealismo y simbolismo. Ceesepe era un cronista de su tiempo que mostraba la vida cotidiana de las tribus musicales y los bajos fondos de la España de los años setenta. Una vida urbana llena de personajes chulescos, arrabaleros y románticos que se instalaron cómodamente en sus viñetas.
El mundo de las drogas, la música, la vida nocturna y el sexo también tenían un lugar reservado en historias como “Vicios modernos”. Ceesepe realizó esta historieta de tintes posmodernos que descubría la cara menos amable de Madrid entre marzo y mayo de 1978. “Lo más moderno en vicio y depravación para morenos”, donde mostraba los secretos de su técnica al confesar su relación con la fotografía, ya que casi todos los dibujos “están sacados” a partir de fotografías e imágenes del colectivo la Cochu, Vicky, Bárbara (en referencia a Ouka Leele), Yeti, Fernando Apais “El Látigo” y Alberto García-Alix, uno de los fotógrafos de la movida, que despuntaba con sus retratos directos y carentes de pudor que reflejaban el mundo de la noche, las drogas y los marginados de la época.
Como ocurre en otras muchas manifestaciones culturales, es muy complicado hablar de un cómic que se alinee al completo con la Movida. Si tuviésemos que escoger uno, está claro que la obra más acorde con la Nueva Ola es la afamada El Víbora. Esta publicación catalana fue fundada en 1979 y se mantuvo hasta 2005. Sus contenidos versaban, entre otras cosas, sobre sexo, drogas, travestismo, lucha armada, politique o, violencia policial o sadomasoquismo…
No es de extrañar que se llamara a esta forma de hacer historietas la “línea chunga”. Eran asuntos que interesaban a los jóvenes de la Movida y a toda la gente que estaba descubriendo un mundo nuevo después de la oscuridad franquista. Un mundo tenebroso a veces, pero también lleno de humor y sátira, de erotismo perverso y de una crítica política y social que incomodó mucho a las autoridades.
Como curiosidad, al inicio de la cabecera, ésta iba a llamarse Goma-3 pero, debido a ese nombre, fue prohibida su salida a los kioscos. El Víbora nació a manos del editor José María Berenguer con la ayuda de Toutain. Ambos querían crear una revista underground heredera de cabeceras tan míticas como corta fue su vida; estamos hablando de Star, Bang!, Butifarra o El Rrollo Enmascarado, el fanzine autoeditado por Nazario, Mariscal y otros.
