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En la España de los años setenta, el panorama artístico se encontraba en una situación poco favorecedora, si no muy mala. Las galerías de arte oficiales no estaban dispuestas a correr el riesgo de exponer las provocativas obras de los artistas pop del rollo y la sociedad española ni era muy entendida en arte ni disponía de los medios económicos para adquirir obras. No obstante, hubo algunas galerías que supieron ver una oportunidad de negocio en exponer a artistas de la Movida.

 

Ejemplo de estas fueron la sala Vijande y Buades. Vijandes, además de exponer obras pictóricas, alojaba a fotógrafos, desfiles de moda y conciertos (como el de Derribos Arias); no tardó en convertirse en uno de los locales de moda. Y en la misma línea se encontraba Buades, que fue la primera galería en exponer dibujos, guaches y tebeos de Ceesepe en 1980. 

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No obstante, estas salas eran salas oficiales que simplemente se adhirieron a la Movida alojando las obras del rollo; hubo un local multicultural que se abrió en 1981 precisa y exclusivamente para el movimiento artístico de la Movida: la librería Moriarty, cuyos promotores fueron Borja Casani, Marta Villar y Lola Fraile.

 

El contenido de todos estos locales eran obras pertenecientes a una vertiente directamente vinculada con la Movida, caracterizada por su colorido y sus excesos estaba profundamente influenciada por artistas pop internacionales como Andy Warhol – quien expuso en 1983 en la ya mencionada sala Vijande su colección Pistolas, Cuchillos, Cruces – y Roy Lichtenstein – el cual, por su parte, expuso en la Fundación Juan March –.

 

La generación de artistas del Rollo estaba caracterizada por su juventud y por su escisión de la línea de arte oficial, cuyos máximos exponentes eran, en aquella época, Dalí, Tàpies o Miró.   

Por otra parte, Quico Rivas se centró más en la estética pop de Warhol y prescindió de la excesiva iconografía neoespañola. Pero, más allá de su carrera pictórica, lo que caracteriza a Rivas es el hecho de que siempre antepuso su compromiso social y político a su obra: fue promotor de colectivos como el afamado Equipo Múltiple, cuyo objetivo era defender la figura de los artistas frente a las prácticas abusivas llevadas a cabo por el Gobierno, las galerías y los marchantes, en detrimento del desarrollo del panorama artístico.  

Imagen de la sala Vijande, centro cultural de gran importancia

Portada artística de una publicación de Buades

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Panfleto de la exposición de Warhol en Madrid y fotografía de Lichtenstein en la Fundación Juan Marcha

Warhol y Lichtenstein llegan a Madrid

Fue en 1981, cuando Fernando Vijande, convencido de su aportación al arte contemporáneo y con la seguridad, además, de haber conseguido profesionalizar una actividad en decadencia tras la dictadura, decidió inaugurar una nueva galería que llevaría su propio nombre y que situó en un garaje de la calle Núñez de Balboa. El local, inspirado en la arquitectura del East Village de Nueva York, ocupaba diversas plantas subterráneas del garaje y no escondía sus materiales: cemento y ladrillo. La galería Fernando Vijande fue clave para potenciar la carrera de artistas nacionales como Carmen Calvo o Joan Hernández Pijuan entre otros, pero también mostró en Madrid aquel arte que se estaba haciendo fuera de España y que demostraba importantes cambios en las tendencias estéticas. Robert Mapplethorpe, Karl Horst Hödicke o Ian Breakwell entre muchos otros fueron algunos de los artistas que expusieron en el espacio. Pero fue en diciembre de 1982 cuando Fernando Vijande consiguió generar un mayor impacto –por lo menos a nivel mediático– en su espacio gracias a la exposición que organizó de Andy Warhol.

Por otro lado, Roy Lichtenstein ofreció su primera retrospectiva en España en la Fundación Juan March en 1983. “Mi arte no es un mero ejercicio o juego literario. Cuando decido pintar un cuadro, quiero que el resultado sea algo artísticamente organizado. Es decir, trabajo seriamente, calculando, por ejemplo, la proporción adecuada de los colores. Me importa, aun más que la ironía, que la obra sea un todo organizado.”, declaró el afamado pintor estadounidense de pop-art ese mismo día.

 

Sin duda alguna, estas dos visitas inspiraron a numerosos artistas de la Movida para desarrollar sus estilos y sirvieron de precedentes y ejemplos para el arte plástico del Madrid de los años ochenta. 

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A finales de la década de los setenta, cuando en Nueva York, por ejemplo, era totalmente normal que diferentes bandas firmasen las paredes marcando así los límites de sus respectivos territorios, en España el concepto de graffiti estaba limitado a frases pintadas – y posteriormente tachadas por los distintos ayuntamientos – en la pared que rezaban mensajes reivindicativos de carácter político y social como “Disolución de cuerpos represivos”, “Amnistía general” o “Abajo el franquismo”. No fue hasta la década de los ochenta cuando Juan Carlos, el grafitero por excelencia del rollo, comenzó a firmar como Muelle por los muros de Madrid y otras ciudades. “La palabra “Muelle” estaba en todas partes, al principio para desconcierto de muchos que creían ver en esta pintada un mensaje críptico o incluso político” (Lechado, 2013: 228). No tardaron en proliferar en Madrid las firmas de centenares de jóvenes que querían emular en su práctica a Argüello.  

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La Movida madrileña / Rebeca Sánchez - Montañez y Adrián Álvarez Arcos 

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